Actualmente, la fiesta lúdica de Halloween ha monopolizado las celebraciones de la víspera del día de Todos los Santos, pero en nuestras tierras ha habido otras tradiciones que a lo largo del tiempo han recordado los difuntos de la familia durante estos días.
Según una creencia popular que ya compartían celtas y otros pueblos antiguos, el día de Todos Santos al anochecer, las almas del Purgatorio vuelven, por un día, a las casas que habitaban (esto explica el miedo de andar por sendas solitarias y toparse con alguna aparición). El día siguiente tienen que volver a su estado habitual. Si no se encienden candelas o "mariposas", las almas en pena se pueden perder en su camino hacia el cielo. No en balde se pensaba que subían al cielo entre Todos los Santos y el Día de las Almas o Día de Difuntos. De aquí viene la tradición de encender candelas que flotaban en óleo, las "mariposas". Una por cada alma de un familiar perdido y que se mantenían desde el día de Todos Santos hasta el mediodía del Día de las Almas, el día 2 de noviembre.
El día de Todos Santos en nuestras tierras era una jornada de estar en casa. Hay multitud de fábulas que nos hablan de cazadores que no respetaban la fiesta, se van a cazar y ya no vuelven más; fábulas de pescadores que no osan salir a pescar, porque en Todos Santos solo se pescan desgracias, etc.
La visita en el cementerios y la ofrenda de flores a las tumbas de los familiares es característica de cualquier de los dos días y ha sido asociada, durante mucho de tiempo, a determinadas formas de costumbres vecinales, como el estreno de ropas de abrigo, la aparición de las castañeras en las calles o la venta de dulces característicos, como los panecillos de muerte o los huesecillos de santo de mazapán.